jueves, 27 de agosto de 2009

Nacimiento de una niñita "especial".












Nací un domingo de invierno a las once de la mañana, era el 15 de febrero del año 1970. Pesé 2 kilos 900 gramos y el parto fue normal, según le indicaron a mi madre, aunque nací con la cabecita "apepiná" síntoma de haber permanecido demasiado tiempo en el "asidero" o útero materno (al menos eso dicen). A mi madre la anesteciaron casi por completo para darme a luz, con lo cual apenas recuerda nada de aquel día, sólo que su ginecólogo era el Dtor. D. Rafael Ramírez y que en apenas mes y medio cumpliría sus 17 años.
Decidirse por el nombre de un hijo nunca ha sido tarea fácil y mi caso no iba a ser menos, de hecho fue un auténtico follón según recuerda mi madre.
Mi abuelo materno, Papá Juan, quería llamarme Beatriz pero mi madre dijo que ya habían muchas con ese nombre en la familia. Mi padre votó por el de Rosa, una antigua novia que tuvo, y mi madre casi lo fulmina con la mirada, jajaja!! Al final, harta de tanta vacilación, optó por zanjar el tema llamándome como ella... ¡María Margarita!
En aquella época no se estilaba eso de bautizar a los recién nacidos tal y como lo conocemos ahorita, con toda la parafernalia que conlleva y de hecho no poseo foto alguna de tal ocasión, pero me consta que fui bendecida con el sacramento porque mis padrinos fueron Papá Juan (mi abuelo materno) y una señora que vivía en Venezuela llamada Margarita Caballero, íntima amiga de mi abuela materna (Mamá Uca).

Fui una Bebita muy llorona y con apenas apetito pero lo bastante revoltosa como para ponerme en peligro pues cuentame mi madre que una noche cuando me bañaban afiancé con tanta fuerza mis piernitas en la falda de Cruza, una vecina del Risco de San Nicolás, que casi me voy al suelo, jijiji... Mas mi madre no tardó mucho en comenzar a notar que algo raro me pasaba cuando después de tres meses de nacida apenas mantenía la cabeza erguida, o cuando la mayoría de bebés empiezan a girarse de espaldas cuando están acostados yo no lo hacía. A los siete meses tenían que apoyarme entre almohadones para que al ponerme sentada no me cayera a los lados. Mi madre no se cansaba de llevarme a los pediatras y siempre se iba con la misma respuesta: "No se preocupe señora... Hay niños que son más lentos que otros... Ya se sentará, ya gateará, ya andará... "

Fue a los 7 meses cuando también me dio una gripe intestinal. Yo no dejaba de llorar y el Dtor. González Rosales mandó ponerme unas inyecciones. Mi madre cuenta que cuando me inyectaron la primera quedé como en estado de shock... Dejé de llorar y me quedé como paralizada... Al día siguiente, para más inri, me pusieron la segunda y obviamente el resultado fue peor pues me dio una convulsión. Entonces mi madre entre enfurecida e impotente lanzó aquel medicamento a la basura sin tomar nota del nombre o sus componentes y jamás volvió a inyectármela.

Después de ese desafortunado incidente mi madre acudió conmigo al pediatra D. Pedro Peñate, el cual nos derivó al psiquiatra Roca Segura el cual me diagnosticó un retraso mental y aconsejó me llevara al colegio "Monte Coello" en Santa Brigida.
Mi madre sabía que mi desarrollo no se estaba llevando a cabo como lo haría el de un niño "normal" de mi edad pero, cuando entró en aquel colegio y vio aquel panorama tan desolador (niños con babas cayendo, ojos perdidos mirando a ninguna parte, personitas en sillas de ruedas esperando ser despertados de su continuo letargo...) cuando ella contempló todo aquello, también supo, dentro de su ignorancia, que su hija no padecía la dolencia de aquellos niños.
Su hija no hablaba, no gateaba, no se mantenía sentada, no alargaba los bracitos para coger los muñecos que tan amablemente le ofrecían, es mas... ni siquiera podía casi agarrar con las manitas los juguetes que tanta compañía le hacían en su parque infantil...
Pero pese a todos los obstáculos que se estaba encontrando por el camino, a pesar de parecerle estar caminando por una senda minada, incluso pese a ver como esa niña que había parido hacía casi un año no pronunciaba palabra alguna y sólo emitía una especie de sonido gutural en un intento de comunicación apenas entendible, ella, con ese sexto sentido que tienen todas las mamás, sabía que su hijita era inteligente...

Una mamá orgullosa...