lunes, 13 de julio de 2009

Aquellos inolvidables veranos...

En mayo de 1978 mis padres invirtieron el millón y medio que tenían ahorrado en una casa terrera ubicada en una pequeña urbanización llamada “Lomo de Salas”, en Telde. En la actualidad no es así pero en aquella época, hace ya 32 años, el 98% de las personas que allí vivían eran extranjeros jubilados (principalmente nórdicos) que, huyendo del frío, fijaban su residencia en la isla. La casa que mis padres compraron pertenecía a una pareja de filandeses los cuales, después de haber estado parte de su vejez en Gran Canaria, decidieron retornar a su país de orígen con el fin de pasar sus últimos años de vida junto a los suyos. De ellos recuerdo eran entrañables... Llenos de arruguitas y de cabellos plateados, cariñosísimos y repletos de energía. El chalesito constaba de dos habitaciones, un saloncito que al anochecer le sacábamos el máximo provecho pues éramos siete personas en aquella familia, una cocinita muy pequeña y un baño. Luego tenía un patio enooooooooorme con dos parterres chiquitos y en la parte de abajo, que era donde estaba la entrada principal, había un peazo jardín con sauna incluida. Era la última casa de esa calle por tanto frente a ella se encontraba el marco incomparable y la majestuosidad del Océano Atlántico separado sólo por un barranco que, sin saberlo, se convertiría en parque para nuestros juegos y excursiones. Aquella visión auguraba unos veranos irrepetibles como así lo fueron. La compañía eléctrica no llegaba hasta aquel recóndito lugar y el único suministro eléctrico provenía de un motor que empezaba a funcionar de siete de la tarde en adelante, exceptuando los fines de semana que lo hacía a partir de las tres o cuatro. Me río al recordar cómo Juan Luis y yo estábamos siempre al acecho del hombre que se encargaba de ir hasta el barranco a “enchufarnos” la luz, jajaja!! Siempre iba en una motillo vieja que hacía más ruido que cien aspiradoras juntas de manera que cuando oíamos su “run run” particular nos asomábamos al patio para verlo y cuando desaparecía de nuestro campo de visión salíamos escopetaos pal salón a encender la tele y sentarnos frente a ella. Cuando la pantalla daba un fogonazo y las imágenes empezaban a verse era una fiesta, aplaudíamos y gritábamos ¡¡¡“BIEEEEEEEEEEEEEN”!!! Menudas caras de felicidad se nos dibujaba en el rostro. Hay que ver, no?... Qué fácil éramos de contentar en aquellos maravillosos años, jajaja!! Recuerdo que al principio sólo habían cuatro españoles en toda la urbanización... Manolo y el Sr. Guerra, dos militares retirados; Terete y Juan, un matrimonio que tenía dos niños pequeños y un setter irlandés marrón precioso. Juan era técnico en explosivos y su mujer se dedicaba a las tareas del hogar aunque tenía un talento especial para dibujar. Aún me acuerdo del dibujo que hizo en la puerta de su garaje... Era una manzana roja de la cual salía un gusano. Me encantaba aquella pintura, me quedaba minutos observándola, analizándola y preguntándome cómo aquella mujer podía haber hecho aquel dibujo tan lindo. ¡Parecía de verdad! Y por último nosotros, claro. Una familia integrada por un matrimonio, cuatro hijos de 8, 6, 4 y 2 añitos y la abuela materna de éstos. Al poco tiempo llegaron los Veronas, una familia con tres niños uno de ellos de la edad de mi hermano Juan Luis y otro, el mayor, de la mia. Compraron la casa de atrás y desde la ventana de nuestra cocina podíamos comunicarnos. Mis padres habían ido a ver primero esa vivienda, que también estaba en venta, pero mi madre desistió cuando vio la enorme piscina que franqueaba la entrada principal pues éramos muy pequeños y ninguno sabía nadar. Bueno, ni siquiera los adultos sabían así que imagínesen... cómo para caerse uno al agua sin querer... A ver quién era el listo que se atrevía a socorrerlo, jajaja!!! Retrocedo en el tiempo y es súper bonito rememorar cómo los viernes mi madre tenía todo los bártulos preparados para irnos a Telde... Conforme nos acercábamos a nuestro destino cruzábamos los dedos con la esperanza e ilusión de que Carlos y Nacho, los vecinos, también estuvieran allí. Muchas veces no era así pero sabíamos que si no era el viernes sería el sábado cuando jugaríamos juntos. Qué alegría nos invadía cuando, algún sábado a primerísima hora de la mañana, escuchábamos crujir la puerta de hierro del patio que daba a su casa pues tal cosa significaba indudablemente un finde de lo más ameno y divertido. Al poco tiempo otra familia Canaria se instaló en la urbanización. Yo estaba privá porque tenían tres hijas y una de ella era tres años menor que yo. Fue por el año 1981 cuando, gracias a mi prima Toñi, entablamos conversación y a partir de ahí todo fue “coser y cantar”. Se llamaba, bueno... se llama Sandra y tenía un pelo laaargo castaño que yo envidiaba porque mi madre jamás permitía que el mío creciera más abajo de los hombros, decía que hasta que no pudiera arreglármelo sola no me lo iba a dejar largo porque ella no tenía tiempo para hacerme las coletas y demás. Un verano me llevó engañá a la peluquería diciendo íbamos a ir a comprar helados pero no sé por qué a mi todo aquello, desde un principio, me olió a chamusquina y no me equivoqué porque a los veinte minutos estaba sentá frente a un espejo llorando como una magdalena, jajaja!! El 2º y último recuerdo “no tan bueno” que tengo de aquellos veranos fue cuando los padres de Carlos nos invitaron a mojarnos el culo en su piscina y mi madre se enfadó conmigo porque no me separaba de la escalera diciéndole que mi flotador estaba picado y ella no me creía. Jajaja... cómo me río al recordar la escena, ella intentando soltarme las manos de los escalones y yo aferrándome a ellos como una lapa, jajaja!! Al final me sacó pa fuera de un tirón, me dio una torta en el trasero y me mandó pa casa con el cisne picao en la cintura. ¡¡Qué vergüenza pasé!! Mas es todo un lujo poder decir que todos los demás recuerdos que acuden a mi memoria son al cual más bonito... Como cuando aprendí a montar en bici de dos ruedas a base de caídas y empotramientos contra las cristaleras que daban al salón... A mi pobre abuela no le dio un síncope porque no estuvo de Dios, jajaja!! Siempre le gritaba a mi madre: -”¡¡Chachaaaa, mira ver esa niña que cualquier día se nos mata!!”- A lo que mi madre contestaba: -“¡¡Tú déjala que a base de golpes aprende!!”- Y vaya que si aprendí... Dejé las rodillas en las baldosas del patio, mis huellas incrustadas en las cristaleras y el cuerpo tatuado con moletones pero yo terminé manteniendo el equilibrio en una bici de dos ruedas y jugar a policias y ladrones junto a mis hermanos y amigos como una más y todo gracias a mi “testarudez”, já!! O cuando Sandra y yo íbamos “de visita” a casa de las extranjeras y soportábamos la comedura de coco de éstas cuando nos mostraban imágenes de la Familia Real Sueca e intentaban explicarnos en un Español chapurreado quién era quién sólo para obtener unas golosinas. Me acuerdo que dejábamos que hablasen y nos enseñaran las revistas suecas y cuando ya me parecía que había transcurrido un tiempito oportuno, que nunca sobrepasaba los cinco minutos, le daba un codazo a Sandra para que dijera la palabra mágica: -“¿CARAMELOS?”- Entonces las extranjeras contestaban con una gran sonrisa: -”YES... YES...”- y nos llenaban los bolsillos de chucherías a la vez que intentaban decirnos que eran para todos los niños de la urbanización. Ahora más de uno se enterará que nos las comíamos a escondidas, jajaja!!! Qué lindo recordar aquellos calurosos atardeceres de verano jugando al escondite hasta cerca las once de la noche donde yo trepaba muros, saltaba escalones de dos en dos y me camuflaba entre las hierbas de los jardines abandonados de las casas que aún estaban sin habitar... Recuerdo con gran orgullo que casi siempre era la última en ser descubierta y de cómo todos los demás niños aguardaban mi salida para ser librados por mi. El entorno se llenaba de complicidad porque como mi parálisis cerebral impedía pudiera correr con la velocidad necesaria, ellos intentaban distraer al que se la quedaba o me sujetaban de un brazo para que pudiera correr sin miedo a caerme y poder llegar a la pared para gritar: -“¡¡LIBRO POR TODOS!!”-
También recuerdo con gran amor las noches de los domingos, recién bañaditos, cenaditos y con nuestros respectivos pijamas y batines de camino a Las Palmas en aquel peugeot familiar 505 (creo) blanco... De esos miles de retornos que hicimos, una imagen que no se me borra es la de mi hermanita Emma. Parecía una rabuja chiquitita, con aquellos pelillos, los ojillos chiquitillos, y el jociquillo de ratoncita. Apenas tenía dos añitos y la bata era más grande que ella, jajaja!! La mayoría se quedaban embelezados durante el trayecto pero yo, cuando el cielo lo permitía, me dedicaba a seguir con la mirada la luna y me preguntaba cómo era posible ella nos escoltara hasta el mismísimo garaje de Escaleritas desde Telde... No sé cuántos niños hoy día que padezcan un discapacidad como la mía puedan sentirse como uno más dentro de su entorno. O si será feliz o desgraciado. Esto no depende de la gravedad de su deficiencia. Depende de su entorno. Yo estoy convencida que he llegado a ser la que soy porque desde mi niñez me han empapado de cariño y no me han hecho sentir diferente de mis hermanos. Luego, conforme creces, te das cuenta que lo importante es tener clara tu percepción como persona dentro del sistema en el cual se vive, siempre en relación con tus metas, expectativas e intereses y, como no, limitaciones...

Una mamá orgullosa...